La
ciencia suscita dudas sobre la investigación con células
madre
La
embriología muestra la humanidad de la vida naciente
WASHINGTON, sábado, 11 junio 2005.- El
debate bioético se ha caldeado con la reciente aprobación en la Cámara de Representantes de
Estados Unidos de la financiación de la investigación de células madre con
embriones humanos, y los anuncios de clonaciones humanas en Corea del Sur e
Inglaterra. Los experimentos de clonación en ambos casos fueron completados con
la finalidad de producir células madre para la investigación médica y para
posibles tratamientos.
Un argumento común utilizado por los
investigadores es que, de todos modos, las células madre utilizadas en su
investigación no son verdaderamente vida humana, sino sólo un cúmulo de células.
Además, muchos de los que apoyan que se permitan estos experimentos rechazan la
oposición como algo anticientífico, y un intento de los moralistas de imponer
sus puntos de vista a la sociedad.
Después de que el presidente de Estados
Unidos amenazara con vetar cualquier financiación adicional a las células madre
aprobada por el Congreso, un editorial del New York Times del 26 de mayo
afirmaba: «Sus acciones están basadas en las profundas creencias religiosas de
parte de algunos conservadores cristianos, y presumiblemente del presidente
mismo. Tales convicciones merecen respeto, pero es erróneo imponerlas en una
nación pluralista».
El mismo día, el columnista del
Washington Post, Richard Cohen, criticaba también la oposición a la
investigación con células madre diciendo: «Les concedo que estamos emprendiendo
un viaje intelectual y ético que asusta, pero lo hacemos para salvar vidas, para
hacerlas soportables, para reparar lo roto y curar al enfermo. ¿Qué hay de malo
en ello?». También condenaba a los que calificó de «conservadores religiosos»
que «han impuesto sus convicciones religiosas al resto de
nosotros».
Bien para
todos
Atacar la religión podría ser sólo un
truco retórico utilizado para ignorar voluntariamente la validez de los
argumentos planteados por quienes se oponen a la clonación y a la investigación
con células madre. Pero se levantan cuestiones sobre la base de la oposición a
estas técnicas.
El cardenal Dionigi Tettamanzi,
arzobispo de Milán, Italia, presentaba una respuesta a estas cuestiones en un
artículo publicado en el periódico vaticano L’Osservatore Romano, el 25 de mayo.
Titulado, «El Bien de la
Vida es un Bien de Todos y para Todos», estaba escrito en el
contexto del referéndum italiano sobre la ley de fertilización in vitro que
tendrá lugar del 12-13 de junio.
El cardenal comenzaba con algunas
reflexiones sobre la legitimidad de defender la vida en sus primeras etapas.
Presentaba los siguientes argumentos.
1. La vida humana es siempre un bien. De
hecho, es el bien más preciado que existe y es el fundamento de todos los demás
bienes que un ser humano puede poseer. Además, la vida de cada persona tiene tan
alto valor que no puede compararse con el valor de la vida de otros seres
vivos.
El cardenal dejaba claro que hablaba no
sólo como creyente en Dios. Apelaba también a la razón humana, en el sentido de
que el valor de la vida humana es algo que puede captarse con el uso de la razón
y es, por tanto, un principio que puede ser apreciado por
todos.
2. Proteger la vida humana es un deber
que recae sobre cada uno de nosotros, que se ha de tomar con responsabilidad y
decisión. Es, de hecho, un deber cívico dado que la protección de la vida humana
es condición irreemplazable para asegurar el bien común de
todos.
3. La Iglesia y la comunidad cristiana se
une a quienes defienden la vida humana desde el momento de la concepción hasta
la muerte. El hecho de que la
Iglesia defienda ciertos derechos y deberes no suprime, sin
embargo, su legitimidad civil o su autenticidad desde el punto de vista
secular.
Debe quedar claro, indicaba el cardenal
Tettamanzi, que defender la vida humana es una prerrogativa de todos, no sólo de
los cristianos. Además, sería un grave caso de intolerancia ideológica si la
actividad civil, legítima en sí misma, se marginara simplemente porque proviene
de los cristianos. La democracia misma saldría perdiendo si esto
ocurriera.
4. Cuidar la vida humana durante sus
inicios es particularmente importante, dada su vulnerabilidad en esta etapa de
desarrollo. Descuidar esta protección, sea a nivel individual o social, conlleva
el riesgo de crear un daño irremediable, o incluso la destrucción de la vida
misma.
En cuanto al debate sobre cómo conciliar
moralidad y derecho, el arzobispo de Milán explicaba que están conectados en el
sentido de que la moralidad puede iluminar nuestra conciencia, mientras que el
derecho codifica cómo deberíamos actuar. Es importante recordar, añadía, que el
estado no crea los derechos humanos y, por lo mismo, no los puede
destruir.
Las normas morales y la ley civil son,
de hecho, distintas unas de otras. Pero la ley civil tiene un papel importante
en la promoción del bien común de todos, incluso si no puede pretender abolir
todas las imperfecciones.
Una cosecha
horrenda
¿Si, por tanto, es legítimo para los
cristianos tener voz sobre las leyes que rigen la vida humana, es el caso de que
en las primeras etapas estamos tratando con algo que es humano? Este punto ha
sido debatido en algunos artículos en la edición otoño/invierno de New Atlantis.
La revista está publicada por el Ethics and Public Policy Center con sede en
Washington, D. C.
En su aportación, Robert George y
Patrick Lee contestaban a los argumentos a favor de la investigación con células
madre presentado por dos miembros del Consejo de Bioética del presidente, Paul
McHugh y Michael Sandel. George es profesor de jurisprudencia en la Universidad de
Princeton y miembro del Consejo de Bioética. Y Lee es profesor de filosofía en
la Universidad
Franciscana de Steubenville.
Los dos coincidían en que no habría
objeción alguna a la utilización de células madre de embriones para
investigación o terapia si pudieran obtenerse sin matar o dañar a los embriones.
«El punto de controversia», observaban, «es la ética de destruir embriones
humanos deliberadamente con el propósito de cosechar sus células
madre».
Tanto la embriología humana como la
biología del desarrollo contemporáneas «no dejan un lugar significativo para la
duda» sobre el estatus humano de los embriones en la etapa inicial de sus vidas,
sostienen George y Lee. «Cada uno de nosotros se ha desarrollado por un proceso
gradual, unificado y autodirigido hasta y a través de las etapas del desarrollo
humano, fetal, infantil y adolescente, y hasta la edad adulta, con su carácter
determinado, unidad e identidad completamente
intactas».
Valoramos a los seres humanos
precisamente por la clase de entidades que son, y apuntan «que es por lo que
consideramos que todos los seres humanos son iguales en su dignidad y derechos
humanos básicos». Esta dignidad es intrínseca y no depende de ninguna
característica accidental. Por esta razón no matamos a los niños retrasados para
recoger sus órganos.
Aunque nadie afirma que los embriones
sean seres humanos maduros, del mismo modo es correcto defender que los
embriones humanos son seres humanos, «es decir, aunque inmaduros, miembros
plenos de la especie humana».
La embriología, explican, demuestra lo
siguiente:
-- El embrión es humano, puesto que
tiene la constitución genética característica de los seres
humanos.
-- El embrión es desde sus inicios
distinto de cualquier célula de la madre o del padre, y crece en su propia
dirección distinta, con su crecimiento internamente dirigido a su propia
supervivencia y maduración.
-- El embrión está plenamente
programado, y tiene la disposición activa para desarrollarse a sí mismo hasta la
siguiente etapa de madurez de un ser humano. Y no ser que lo impida la
enfermedad, la violencia, o un medioambiente hostil, el embrión hará eso.
Ninguno de los cambios que tienen lugar en el embrión tras la fertilización,
mientras sobreviva, generan una nueva dirección de
crecimiento.
Hay, naturalmente, una amplia base
religiosa y teológica sobre la que oponer al sacrificio de embriones para la
investigación. Pero muchas objeciones se basan en la ciencia y en el análisis
ético racional y, por tanto, no son ninguna imposición al pluralismo.
Fuente: ZENIT.org,
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